10 diciembre 2007

La casa de la abuela

Lo mejor que me puede pasar un domingo cualquiera es viajar a la casa de mi abuela materna, y digo viajar, porque aunque queda a 10 minutos de mi casa, el llegar allí es como pegarse un viaje en el túnel del tiempo directo al pasado, cambiando no sólo época, sino también de espacio; y es que, aunque está ubicada en un tradicional barrio de esta ciudad, al pasar el portal principal, empieza a oler diferente que cualquier otro lugar y todo se ve como de otro color, no sé cómo describirlo, pero es como cambiar de dimensión.

Cuando uno llega allí, lo primero que lo espera es un delicioso platillo de comida preparada por la dueña de casa: mi abuela. No me pregunten qué es lo que le pone a cada plato que prepara, yo sólo sé que mi abuela prepara la mejor comida que he probado en mi vida y estoy segura de que más de un super chef, de esos de gorrito blanco y lazo azul saldrían de allí chupándose los dedos.

Qué sé yo cuál sea el secreto de la abuela... Serán los calderos viejísimos y magullados que sigue usando a pesar de la batería modernísima de cocina que en algún momento, uno de sus hijos, en un intento fallido por modernizarle la 'ollamenta', le regaló, o tal vez es gracias al arte del reciclaje que practica con cada frasco de vidrio, de plástico o de lo que sea que llega a su casa y que utiliza sabiamente para almacenar condimentos y demás cosas mágicas, o tal vez sea la costumbre de comer en la cocina por muy concurrido que sea el evento, porque allí, el que se siente rechazado es el que no corona a silla en la cocina y le toca en el comedor. La comida de hoy: Pescadito al horno con verduras, ensalada fresca, papas en salsa de yo qué sé, pero bombi bombi, jugo de mora y brevas con arequipe y queso (en la cocina, obvio).

Luego del banquetazo que lo deja con el ombligo tieso, ¿qué hace uno?, pues se va para el patio de la casa, escoge y arranca sin pena un buen puñado de hierbas para preparse (en ollita magullada) la aromática que lo dejará listo para la próxima. La aromática de hoy: yerbabuena, limonaria, cidrón, manzana y moras... Ya sé que hay alguien que al leer esto me dirá que le he puesto los dientes largos y claro, ésa es precisamente la intención, porque, ¿en quién más iba a estar pensando yo mientras arrancaba y olía las maticas?.

Luego de la aromática, o mientras, pues se va uno para el estudio de la casa y hace tín marín de dó pingué para elegir el libro o la revista de su antojo, lo saca, lo desempolva (todos tienen las hojas amarillas y ese olorcito particular que les va dando el tiempo) y bien se puede ir acomodando en el sofá para leer; hay para todos los gustos: desde anatomía clínica, pasando por mecánica de aviones, hasta novelas policíacas y consejos para el hogar, todo gracias al gusto e intereses de cada uno y la herencia que sin querer, le hemos ido dejadando a esa casa quienes en algún momento vivimos allí aunque fuera por cortas temporadas. La lectura del día de hoy: El Coronel no Tiene quien le Escriba.

Y al final de la tarde, siestecita en alguna de las muchas camas que hay allí, las hay con colchones duros, con blanditos y con otros ni tan tan, ni muy muy; la categoría de las almohadas es idéntica y si el asunto es por las cobijas, también las hay para elegir: está la de tigre, la de alpaca, la de acrílico y hasta la eléctrica; uno sólamente elije y a dormir, eso sí, arrullado por el silencio y hasta los pajaritos que aún se logran escuchar entre los arbolitos de por ahí. La cama de hoy: Colchón duro, almohada ni tan tan, ni muy muy, cobija de tigres, silencio, pajaritos y lluvia...

Y por esta época, la cosa se pone mejor; pero bueno, eso ya vendrá en otro momento. Por ahora, y ya habiendo pasado de regreso por el túnel del tiempo, queda preparase para la semanita que viene y ya veremos si habrá nuevamente viaje el próximo domingo a esa otra dimensión disfrazada de casa de la abuela.